12 jun 2010

...Y entonces un road trip lo cambió todo

De Jonesboro, AR a New York City, NY: 1865 kilómetros

Era un jueves, en torno a las 7.30 de la tarde, cuando mi móvil comenzó a sonar. El sol casi se había ocultado en el horizonte arkansawyer y en un lugar que no viene al caso yo me debatía entre comerme o no mi cuarta hamburguesa de la tarde. El número, con prefijo arkansawyer, no me era familiar por lo que dudé efímeramente si cogerlo o no. Aun no sabía que contestar a esa llamada iba a cambiar para mí el devenir de los próximos días y, quizá, de los próximos meses. Tras el cuarto tono contesté, era una vieja conocida, algo nerviosa y azorada. Esta persona (a la que prefiero mantener en el anonimato, por lo que de ahora en adelante será denominada la legataria de Atahualpa) comenzó a hablar, aunque en los cinco primeros minutos no acerté a enterarme de lo que trataba de decirme. Tras contraatacar con un par de preguntas comprendí la razón de su llamada: Quería que le acompañase en un viaje, en una emocionante travesía por carretera que habría de llevarnos desde mi querido Jonesboro hasta la vieja Nueva Holanda.

La legataria de Atahualpa no pedía mucho, tan solo un compañero con voluntad y determinación ciega que le ayudase en su largo viaje. Yo, que durante los últimos días había estado sumido en endebles esperanzas mientras la rutina me acorralaba, había estado esperando algo así desde hace mucho tiempo y en esos momentos por fin llegaba; una increíble oportunidad que muy probablemente ni siquiera merecía. Al día siguiente confirmé mi presencia, solo necesitaba saber la hora y el lugar de partida. Así el sábado, a las 17:30, después de ver un descafeinado partido de fútbol del de verdad, la Legataria de Atahualpa y yo dejábamos Jonesboro, listos para lo esperado y lo inesperado, para cualquier cosa que aquella apasionante aventura nos deparara.

El viaje

El viaje fue, simplemente, increíble. El periplo desde Arkansas nos llevo a través de siete estados (más el citado): Tennessee, Virginia, Virginia Occidental, Maryland, Pensilvania, Nueva Jersey y finalmente New York, donde “la capital del mundo” esperaba. Fueron más de veinte horas, cerca de 2000 kilómetros y casi la mitad de este vasto país, desde el centro-sur al nordeste del mismo.
El primero en tomar las riendas del bólido fui yo; devorando millas llegamos a Líbano, Tennessee, un pequeño pueblo entre Nashville y Knoxville. El nombre de Líbano parece ser muy atractivo para los estadounidenses ya que durante el viaje pasamos por tres Líbanos diferentes no siendo ninguno de ellos el original. Se conoce que ese convulso pedacito de tierra mestiza al sureste del Mediterráneo tiene alguna clase de encanto que despierta admiración entre las gentes de EEUU (lo cual entiendo con solo echar un vistazo a la historia y cultura del país libanés). Sea como fuere, en Líbano, Tennessee, decidimos parar a dormir algunas horas. Por la mañana temprano, con unas condiciones climatológicas exquisitas (un inmaculado sol canicular brillaba en el cielo despejado) continuamos nuestro camino. Después de atravesar Tennessee de oeste a este nos adentramos en Virginia donde cambiamos los papeles, lo que me brindó la oportunidad de admirar el paisaje. Virginia es una tierra hermosa, muy verde y copada de suaves colinas, que se erigen sobre el arbolado llano para conformar un paisaje totalmente diferente al de Arkansas. Además el trascurso de la Interestatal 81, la carretera por la que discurríamos y que sube hacia el nordeste del país, discurre en paralelo importante sección de los Montes Apalaches. Esto posibilita que los viajeros que utilizan la mencionada autopista cuenten con una maravillosa vista de la cara oeste de la cordillera, cuyas montañas perfectamente alineadas se asemejan a una interminable ola de pasto verdoso. Desde el coche la perspectiva es magnífica pues las montañas se pueden observar al detalle.


Los Apalaches desde la carretera

Una breve pero copiosa lluvia y Crackel & Barrel

Mientras me regalaba la vista contemplando esta belleza natural algo sorprendente sucedió. Frente a nosotros, un cúmulo de nubes estaba creando una nítida cortina de lluvia que cruzaba la carretera. Como era de esperar, en un par de minutos nos adentramos en la misma, pasando de un cielo soleado a uno tremendamente lluvioso. En un momento dado la lluvia era tan fuerte que apenas podíamos ver más de un metro al frente. No obstante, tras cinco minutos la intensa cortina de lluvia se había quedado atrás y el sol volvía a brillar en el cielo despejado.


La cortina de lluvia en tres tomas

Siguiendo el camino marcado por los Apalaches cruzamos Virginia, Virginia Occidental, una ínfima parte de Maryland y Pensilvania, donde las montañas se apartaron de nuestro lado para continuar hacía hostiles tierras canadienses, mientras la noche se convertía en nuestra compañera de viaje. Ya entrados en Pensilvania decidimos para a comer algo, y la decisión fue un interesante lugar: Cracker & Barrel. Este establecimiento es singular porque además de poder degustar comida tradicional americana (más allá de hamburguesas y perritos) los comensales pueden adquirir elementos tradicionales de la cultura estadounidense: desde las clásicas mecedoras (que flanquean las entradas al restaurante en el porche del mismo) hasta DVDs de míticas series de ayer y hoy como Bonanza o la Tribu de los Brady. Luego de recobrar fuerzas con un revitalizante estofado volvimos a la carretera para acabar con los pocos cientos de millas que nos quedaban por delante. El viaje, que había transcurrido sin sobresaltos ni imprevistos se vio entonces enturbiado por unas obras en la carretera, mal señalizadas por cierto, que nos tuvieron casi una hora circulando a escasos kilómetros por hora.

El Cracker & Barrel de Pensilvania

La recta final

Con paciencia y algo de merengue para animarnos el cuerpo pasamos el mal trago y entramos en Nueva Jersey, el último estado antes de llegar a Nueva York. Pese a que ya era tarde y habíamos estado todo el día en la carretera este último tramo no fue nada difícil por dos razones: Primero porque la parte de autopista que tomamos en Nueva Jersey estaba perfecta, como la de un circuito de F-1 en la vuelta de calentamiento. Segundo, porque aun sin haber cruzado al estado de Nueva York el clásico horizonte de Manhattan con sus luces y rascacielos nos hizo sentir que lo habíamos conseguido. Tras dejar atrás Nueva Jersey, pagar un par de peajes y pasar el puente de Queens llegamos a nuestro destino, un delicioso estudio en el corazón de Queens, donde quizá la más grata sorpresa del viaje, la Princesa del Tahuantinsuyo, nos esperaba. Al bajar del coche tuve una sensación que no sabría cómo explicar, pero que me llevaba a pensar que íbamos a pasar unos días inolvidables. Lo habíamos hecho, estábamos allí y lo mejor de todo era que habíamos disfrutado como nadie pudiera haber imaginado.

2 comentarios:

  1. Simplemente mágico!! Lo lograste!!! Me encanta!!! No puedo esperar por saber el desenlace de la historia...

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  2. legataria de Atahualpa, Princesa del Tahuantinsuyo? wow! A partir de ahora posteare como el Archiduque de Porlosco y Almogrote, no en serio, habra segunda parte, no? Cuenta que tal la estancia, si, ya se que me lo has dicho por tfno. pero como que leerlo me hace ilu, y te dara para otra entrada, espero, de tan buena calidad

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