Ya ha comenzado y yo estoy a 5759 kilómetros de casa. Mi padre estará ahora mismo tumbado en el sillón del salón viendo uno de los partidos de hoy y yo no estaré a su diestra, por primera vez.
El Mundial ha sido cuatrienalmente parte capital de mi verano desde el primero que recuerdo, Italia 90.
Yo era aún muy pequeño por lo que la cita italiana solo me dejó caducos recuerdos aislados: La mascota “imposible”, la victoria de Alemania, el genial René Higuita “cagandola” contra Camerún… muy poco y todo borroso.
Higuita, un crack.
El segundo que recuerdo, USA 94, es el que me trae un mayor sentimiento de nostalgia. Fue la primera vez que de verdad entendí lo que significaba un evento de estas características y lo viví con la inagotable intensidad de un tierno infante. Por tanto, todavía hoy el recuerdo del mismo permanece fresco en mi mente. Con facilidad puedo recordar una pléyade de anécdotas, jugadores o detalles, pero entre ellos hay algunos que destacan: El olor del álbum oficial del mundial que mi hermano y yo compartíamos (recuerdo que había dos colecciones de cromos diferentes y como consecuencia, para mí, el colegio [ergo el mundo] estaba dividido en dos clases de personas: los que hacían mi misma colección y tenían cromos para cambiar y los imperdonables traidores de la otra colección); un álbum que acabó hecho girones después de que sus páginas incompletas (jamás terminé la colección) hubieran sido vistas y leídas hasta el extremo. También recuerdo perennemente una singular camiseta blanca con coloridos rombos verticales manchada de sangre mientras un ignominioso hombre de púrpura, llamado Sandor Puhl, ignoraba lo que a su alrededor acontecía; el sin igual Jorge Campos, un felino portero/delantero (sí, como lo leen) mexicano que llevó los mejores trajes de portero que jamás se hayan visto; Diego Armando Maradona mirando a la cámara con la cara desencajada tras marcar contra Grecia (ese sería el último partido de “el mejor” en un mundial); Gianluca Pagliuca, el portero/galán italiano que me recordará para siempre a Rodolfo Langostino….
Y además un nutrido racimo de nombres para el recuerdo: Oleg Shalenko, Andrés Escobar, Saeed Al-Owairan ("El Maradona Árabe"), Taffarel, “Tab” Ramos, el gran Hristo Stoichkov, Daniel Amokachi, Martin “Martillo” Dalhin, Gica Hagi, Alexi Lalas, Triffon Ivanov, Wilfred Agbonavbare, Rudi Voller, Florian Raducioiu, Rashidi Yekini, George Milla, Marco Antonio Echeverri, Roberto Baggio, Branco, Ciriaco Sforza...
Este fue, sin lugar a dudas, el Mundial que despertó mi pasión por el que es para mí el evento cuatrienal por excelencia (mis disculpas para los seguidores de los JJOO).
El momento en que entendí lo que significaba el término “diversidad”
Francia 98 fue el último Mundial del siglo y yo estaba, como era menester, listo para deglutirlo de principio a fin (visualmente, se entiende). Aún recuerdo el videojuego oficial del Mundial para PC, el cual carecía de secretos para un gran amigo mío con el que vi muchos de los partidos de aquel Mundial. Recuerdo además la lamentable actuación de España (Zubizarreta y Clemente, portero y entrenador respectivamente, fueron crucificados por los medios y la opinión pública, que no estaban exentos de motivos), el equipo danés liderado por los hermanos Laudrup y Peter Schmeichel, el Matador Luis Hernández, un jovenzuelo apellidado Beckham que fue expulsado tras caer en el juego del “Cholo”, la increíble Croacia de Suker, Boban, Jarni, Vlaovic y el mayor de los Kovac entre otros…
Aunque el mejor recuerdo que guardo de este Mundial es la selección francesa. Sí, fueron los campeones, pero esa no es la razón por la que permanecen señalados en mi imaginario personal. Si aún hoy les recuerdo con detalle es porque esa fue la primera vez que vi una selección nacional con jugadores tan diferentes entre sí. Los franceses tenían jugadores negros zaínos, jugadores mulatos, otros blancos pero parecidos a los españoles (con apellidos y todo), otros más clásicamente franceses, rubios y de piel clara, uno con aspecto y apellido turco y uno más con aspecto morisco, un jugador diferente que era el líder de aquel conjunto. Todos diferentes y todos del mismo país. Yo no paraba de preguntarme ¿Cómo era aquello posible? ¿Era ese el motivo de que fueran tan buenos? Durante algún tiempo pensé que era un tipo de maquiavélica selección genética y que España tenía que seleccionar y nacionalizar más inmigrantes para la selección. No obstante, cuatro años después descubriría que estaba completamente equivocado.
El mayor robo jamás visto y el boom de “la cresta”
El siguiente Mundial fue Corea y Japón 2002. Yo estaba ya en la última etapa de mi adolescencia y recuerdo que fue el primer mundial que no se retrasmitió totalmente en abierto (¡maldita voraz competencia mediática!). Además, para mí este fue el Mundial de la ilusión robada. Todo estaba yendo a pedir de boca. Mientras nosotros [España] ganábamos partidos con firmeza los equipos poderosos nos dejaban vía libre (Holanda ni siquiera se clasificó y Francia, Inglaterra, Italia o Argentina cayeron inesperadamente pronto). Sin embargo en cuartos de final Corea del Sur y el infame Gamal Al-Ghandour y sus jueces de línea se cruzaron en nuestro camino. El resto es historia de los Mundiales.
Estas secuencias lo resumen casi todo (sólo falta Helguera, furibundo, persiguiendo al línea)
Corea y Japón 2002 fue también el primer Mundial global. Por un lado Internet y el boom del fútbol en Asia fueron capitales para extender la pasión por el fútbol mundialmente, más si cable que cuatro u ocho años antes. Por otro lado, jugadores como Zidane, Ronaldo, Ronaldinho o Beckham, perfectamente gestionados por corporaciones deportivas, se convirtieron en iconos globales con atracción magnética para las masas. Como ejemplo de esta influencia emerge el corte de pelo al estilo mohicano, “la cresta”. Este corte de pelo, popularizado por el atrevido Beckham unos meses antes se convirtió en el corte del mundial. Un defenestrado corte de pelo otrora propio de inadaptados sociales se convirtió en la tendencia más fashion del momento. Jugadores como Clint Mathis y Ümit Davala se apuntaron y se hicieron un corte de pelo que todavía hoy sigue en boga a nivel mundial.

Este fue también el Mundial de la estrepitosa caída de la selección francesa (sin contar el Mundial actual, claro), marcada por la derrota en el primer partido frente a Senegal en lo que se podría denominar como la revancha la colonia sobre la metrópoli. Al margen de denominaciones, cabe decir que el mismo equipo que había maravillado al planeta fútbol cuatro [y dos] años antes quedó retratado como una banda envejecida, agotada y sin ideas, acabada en definitiva. Entonces entendí que el fútbol no es una cuestión de razas o selección genética, es más una cuestión de generaciones: Cuando en un determinado país se da un grupo equilibrado de grandes jugadores, que empiezan a jugar juntos desde jóvenes y que tiene un feeling especial como colectivo, quizá (y solo quizá) nos hallemos ante un potencial campeón del mundo. Aunque esto no puede aplicarse a Alemania, tal y como afirmó el ocurrente Gary Lineker.
Cabezazo mundial: El día que Zinane decidió escribir la historia
Alemania 2006, el Mundial más reciente hasta la fecha, fue un torneo delicioso, aunque no rememoraré detalles memorables del mismo como los sorprendentes Soca Warriors de unas desconocidas islas del Caribe o aquella selección ecuatoriana menos ecuatoriana de lo que yo habría imaginado (hasta que supe acerca del Valle del Chota). Al fin al cabo, la mayoría de los que leen recordarán algo sobre este Mundial. Sea como fuere, sí me gustaría recalcar un momento, tan solo uno: la actuación de Zinedine Zidane en la final, el famoso cabezazo.
Lo único que comentaré al respecto es que desde mi punto de vista esta acción, castigada y criticada hasta la saciedad, dio a Zidane el estatus de jugador inolvidable. Sí, sé que fue el líder de la selección francesa en las victorias de 1998 y 2000, que marcó uno de los mejores goles que se recuerdan en la final de la Champions de Glasgow contra el B. Leverkusen y que fue el fichaje más caro de la historia hasta que Cristiano reventó el record. Sin embargo la final de Alemania y su cabezazo a Materazzi mostraron de forma inigualable la salsa del fútbol, la esencia de Zidane como jugador (sobre todo ese lado oscuro o “cable cruzao” que siempre vi en su rictus y que muchos trataron de ocultar), y definitivamente uno de los momentos más grandes de la historia de los Mundiales. Para mí, Zidane no sería Zidane sin este memorable momento.
En conclusión, el Mundial que tanto he disfrutado y disfruto ha empezado y yo no estoy donde siempre estuve; escribo estas líneas en mi cuaderno de hojas amarillas mientras viajo en el tren F de una red de metro decadente horadada bajo esta impía jungla de asfalto. Paradójicamente, en el mismo sitio en que tuvo lugar el Mundial que me enseñó a amar dicho evento para siempre. La vida siempre cambia, algunos sentimientos jamás.
