Estoy aún en shock, atónito, confuso, no decepcionado, más como si el glamuroso halo de un icono se hubiera desvanecido convirtiéndolo abruptamente en un mortal más.
Mañana Tengo una entrevista, una entrevista de trabajo en RL Relaciones Públicas+ Marketing, que es, citando su website, “la mayor firma independiente de relaciones públicas para hispanos de los EEUU”. Esta situación tendría que colmarme de emoción y algo de nerviosismo -y así es- pero ahora mismo me siento más como describe la primera línea de este post.
La razón de ello es, una vez más, la curiosidad inagotable y el hambre de conocimiento que gobiernan mi persona. En mi ávida empresa de preparar la mencionada entrevista lo mejor que pueda he estado investigando sobre la población hispana de los EEUU: estadísticas, movimiento migratorios, tasas de crecimiento, futuro de la comunidad (lo cual es muy interesante ya que según el artículo de The Washington Post que he leído “el número de hispanos en los EEUU se habrá triplicado para 2050 y representarán el 30% de la población si continúa la tendencia actual”), etc. Entre esas características he encontrado un concepto llamativo, los hispanos-estadounidenses, ciudadanos de los EEUU que son descendientes directos de españoles. Como se puede suponer esta denominación ha captado mi atención por lo que inocentemente me he puesto a echar un vistazo a personas famosas dentro de esta categoría que aparecían en la correspondiente entrada de Wikipedia. Entonces allí, entre Anita Page y Bob Martínez, la he visto: Rita Hayworth, el primer “sex symbol” de la época dorada de Hollywood (después vendría Marilyn Monroe).
"Yo... pues claro que estoy decente"
Tras el primer vistazo he pensado que era un error. Pero justo después he recordado algo qué leí sobre Rita Hayworth y sus noches locas en Madrid allá por los cincuenta y sesenta, con affaires amorosos de por medio con toreros y otras personalidades. Por tanto, he decidido pinchar su entrada y la verdad se ha revelado frente a mis ojos: Rita Hayworth, el paradigma de femme fatale, la mujer que puso cachondos –con perdón de la expresión- a hombres de medio mundo durante décadas con su memorable interpretación en Gilda era descendiente de españoles.
Después de contrastar la fuente, lo he corroborado, de verdad lo era. Esto no es algo malo per se, aunque sí muy pero que muy sorprendente. No obstante, lo más fuerte ha acontecido cuando he leído su nombre original: Margarita Carmen Cansino. Al parecer su padre, Eduardo Cansino era un bailarín español que emigró a los EEUU en la segunda década del siglo XX. Más tarde la joven Margarita se cambiaría el apellido por el de su madre. Además, para alcanzar la fama hollywoodiense también se sometería a un doloroso tratamiento de electrolisis para acentuar su pico de viuda y se teñiría el pelo de pelirrojo (todo esto según Wikipedia, que conste). Aparentemente Margarita era demasiado latina para triunfar en el Hollywood de la época (un poco al contrario que ahora, paradójicamente).
La elegía del mito (tras la información averiguada)
Sea como fuere, en estos momentos, mientras preparo la citada entrevista de mañana, hay un pensamiento que no para de darme vueltas en la cabeza: Sí, Rita Hayworth consiguió hacerse un hueco en la historia de la industria celuloide aunque, si no se hubiera cambiado el nombre, ¿lo habría conseguido? Quizá sí, pero muy probablemente, no.